Alivio y gritos


Fue extraño, pero paso.
Se podría decir que aplique en todo la palabra.
Dentro de la frustración y el coraje que hervía mi alma decidí hacer una de las tantas cosas postergadas, dejar que el enojo y llanto por igual se derramaran en limpiar ese viejo cajón.
Ya no importaba la música de fondo, la conversación a lo lejos, que pasaría después, que haría o no haría o como me callaría lo que quería gritar.
Sólo yo y mi cajón.
Así de simple.
Como las cosas buenas deben ser.
Como son.

Puse tanta atención en los discos, cajas y recuerdos que iba desmontando; acunándolos, limpiándolos, reacomodandolos... todo para lograr un espacio mejor; que me convertí en ellos y entonces la niña de 15, 18 y 20 años lloró, lloró de nuevo ante los ahora hechos que tenía en sus manos.

¿Cuánto dolor se puede guardar al paso de los años? ¿Cuánto es demasiado? ¿Cuantos recuerdos es sano almacenar? ¿Porque todo ocurrió así? ¿Porque ya nada es igual?

Las preguntas se formaron más rápido de lo que las respuestas pudieron concluir, pero ya no era, y ya no soy la niña de 15, 18 y 20 años... No podría decir si eran las respuestas a todas las preguntas o sólo a una, 8 años.

8 años es lo que puede el dolor quedarse estancado, es lo que me tomo, es el límite que estaba esperando, el máximo de recuerdos para un alma y corazón como el mio.
Déjalo ir. Tíralo todo. No podrías lograr que esos trozos te trajeran de nuevo aquellos espacios. No necesitas de estos recuerdos, ya fueron parte de ti, Ya son parte de ti y forman lo que eres.

Lamento, llanto, amor, amistad, interés, personas, hechos, verdades, mentiras, caminos ... 
Todo estaba en el pasado aunque su marca se mantuviera por siempre.
Aunque las marcas me moldearan a diario, me acompañaran y consolaran.
Siempre en el mismo camino de mis heridas y recuerdos,
ellos parte de mi y yo parte de ellos.

Y entonces pude soltarlo todo, sentirme libre.
Sentirme ligera. Un poco más cerca de mi.
Sin despedida.


Te deje ir.

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